Ángel Montoya
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14 feb 2013

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Arequipa la Blanca y sus monjitas de clausura

La etapa desde Nazca fue rarísima. Anduve 400 kilómetros por la carretera junto a los pilotos del Dakar que iban de enlace hacia Arequipa. Los que seáis más forofos de los rallys puede que ya lo supieseis pero a mí que soy un simple aficionado me dejó a cuadros esta costumbre, os cuento. Después de darse la pechá de 250 ó 300 km de desierto hasta la meta, llamados la “etapa especial”, estos fieras se tienen que tragar otros 400 kilómetros de carretera normal hasta la siguiente ciudad, los llamados “de enlace”.

Ahh, el Pacífico




A lo largo del recorrido se cruzaban con la Panamericana y los seguidores

Irónicamente es en estos tramos de enlace donde ocurren la mayoría de los accidentes. Mezclar carreteras malas con camiones, pilotos cansados, seguidores con banderas, policías y domingueros de tupperware y cerveza no parece una buena idea. A las pruebas me remito: este año murieron un piloto de moto y 2 espectadores durante estos “enlaces”.

La primera vez que me meto en el Pacífico, con botas y a lo loco
Lo de los seguidores en la carretera fue lo más gracioso. Todo el mundo va por la misma pista, seas piloto o no, y la mayoría de la peña está allí por el cachondeo, la fiesta y para poder contarlo luego. Eso significa que me confundían con un piloto de moto (las botas blancas de cross y la chaqueta confieso que despistaban), que me animaban a gritos y que cuando me paraba venían a hacerse fotos y a pedirme autógrafos…esto me creó un dilema: ¿le chafo la ilusión a ese crío de que un apuesto piloto del Dakar le firme su carpeta? ¿Le rompo el corazón a esa guapa moza que le pide una foto y un beso a un héroe del desierto o simplemente cedo a su deseo en aras de mi bondadoso corazón filantrópico? La respuesta está clara.

No soy nadie sin mis fans! el de la derecha aun está tirándose fotos :)
También hay que reconocer que este tramo de la Panamericana fue el más impresionante. A un lado el Pacífico, violento, con cortados de cientos de metros de caída. Al otro los Andes, majestuosos, recordándonos quién manda aquí.


Otro piloto y otro camión


La carretera es asesina y mide la peligrosidad de sus curvas por el número de crucecitas que hay en ella. La peor fue la que me encuentré a la salida de un túnel de 90 grados a la izquierda y con un barranco vertical a la derecha…había por lo menos 20 cruces.



El paisaje es desértico la mayoría del tiempo, con la sempiterna arena metiéndose en los ojos y el viento sin parar de soplar. Todo cambia de repente al llegar la Panamericana a breves oasis verdes, como el de Ocoña o el impresionantísimo del río Camaná. Este último no me lo esperaba ni de coña. Al girar una curva en subida y tras muchos kilómetros secos aparece un vergel enorme allá abajo, atravesado por un río blanco y todo esto siendo adelantado constantemente por pilotos con tanta prisa por llegar al vivac que ni paraban a disfrutar de la hermosura del momento. Da igual, yo hice la foto por ellos.

El río Camaná desaguando los Andes
Los pobreticos iban con tanta prisa...
Antes os dije que la carretera es asesina y es que apenas unos pequeños postes protegen de la caída en las curvas, que son cientos. Los acababan de arreglar, imagino que por el Dakar. Se notaba por la pintura fresca y las obras sin acabar aunque eso no puede evitar que valga la pena recorrerla. Jalonándola hay un montón de yacimientos arqueológicos que se pueden visitar si se tiene tiempo. Para los que hayan leído a Ted Simon y sus Viajes de Júpiter, es a lo largo de este trecho en donde Ted paró unos días en alguna playa virgen (las hay a puñados) sin nada más que el azote del viento y las enormes montañas pobladas por cóndores. La idea no fue suya porque se veían algunas tiendas de campañas aisladas por estas playas. Imagino que dormir aquí con ese cielo como techo y el Pacífico por hilo musical debe ser una buena experiencia. Me prometí volver aquí y comprobarlo.


Mucho viento y arena...

El road book, la biblia de cada piloto que les marca el camino


El campamento estaba a bastantes kilómetros de Arequipa y como al día siguiente continuaría hacia Antofagasta en Chile, eso significaba que nuestros caminos se separaban ya que queríamos subir al lago Titicaca y Cuzco. A esa altura del viaje yo ya estaba muy hecho polvo de tanta Martirio, así que decidimos dedicarle un día entero a Arequipa y conocer el centro histórico: una feliz idea, afirmo.

La segunda noche Camila le echó más cara que espalda y se coló usando la táctica de la defensa de Chewbacca...aunque eso no tiene sentido

Y esto es la reunión de briefing que cada noche se hace. Todos los pilotos reciben las últimas instrucciones. Esta foto casi me cuesta que me echen del campamento ya que es un momento algo confidencial. Lo que sea por mis lectores!!

Arequipa la Blanca es otra joya histórica. Fue fundada a la falda del volcán El Misti en una zona tan sísmica que ni los incas quisieron construir nada, con buen criterio, ya que ha sido devastada innúmeras veces por los terremotos. Su plaza de armas y el centro histórico quitan el hipo. Los arequipeños se consideran intelectuales, cultos, de buen comer y mejor beber. Están orgullosos de su pisco, su ciudad y su Don Mario Vargas Llosa. Son docenas los museos únicos que se pueden visitar ya que los volcanes que la rodean fueron lugares sagrados para los pueblos precolombinos y los restos y momias que se han encontrado alimentan nuestro saber e imaginación enormemente.


Agente, deténgame. He sido muuuy malo

Nos fascinó especialmente el Monasterio de Santa Catalina, al lado de la catedral y una ciudad en sí mismo. Fundado en 1579 por una rica viuda española de 30 años cansada del mundanal ruido aunque no tanto de las mundanales comodidades. Pese a ser de clausura, las monjas con posibles como Doña María de Guzmán entregaban una generosa dote de mil pesos de plata y podían disponer de sirvientas y esclavas. Las construcciones eran a imagen de la Andalucía natal de doña María y las calles se llamaban Toledo, Granada, Sevilla etc. Había plazas y fuentes andalusíes donde las monjas charlaban y bordaban.



Había casas con varias dependencias donde vivían las más ricas con sus sirvientes y algunas niñas de buena familia, estudiantes virtuosas que aprendían las labores “propias del sexo” hasta los 16 años en que abandonaban el convento para casarse…menudos tiempos aquellos.

La cama estaba siempre bajo un arco de cruz para evitar desplomes por los sismos


Velatorio original del convento. Una hermana dibujaba el retrato de la priora cuando fallecía. El retrato debía ser realista, estremecedor.
Las monjas sin dote eran las siervas, las que tenían que trabajar. Lo del “ora et labora” no iba mucho con las monjas-bien de velo negro que tenían todo el tiempo del mundo para no hacer nada…y ya se sabe lo que hace el diablo con las cabezas ociosas. Conciertos privados, fiestas exclusivas en las mejores casas, vajillas de lujo. Una realidad que describió la genial Flora Tristán en el periplo peruano que dio lugar a la magistral “Memorias de una Paria”. Flora vivió un tiempo en el convento y retrató esta vida disoluta y clasista. El libro fue un terrible escándalo en su época, tanto que llegó al Vaticano, quien tomó la medida de acabar con la práctica de las casas privadas en 1879 y entregó el control a la orden Dominica, especialistas en acabar con cualquier alegría que no sea la más circunspecta virtud.

Estudiantes aplicados tomando notas en la vistia guiada
Esta ilustrada feminista, Doña Flora, escribió en 1840 la siguiente frase en su libro Paseos en Londres: "La esclavitud no es a mis ojos el más grande de los infortunios humanos desde que conozco el proletariado inglés". Permitidme que me quite el casco, digo el sombrero.

Doña Flora
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